sábado, 2 de abril de 2011

PUBLICACIÓN SEMANAL - RELATO 10 - II CONCURSO DE RELATOS AL WADI 2009: "El Recuerdo de la Felicidad. Diario de un Adiós"


El recuerdo de la felicidad. Diario de un adiós

A mi abuelo, que en paz descanse.

La muerte no es el final de la vida. Simplemente es el envío del alma desde el cuerpo al
Etéreo; un traspaso de lo físico a lo psíquico, de lo terrenal a lo esencial... Pero es esa esencia la que ayuda a no terminar jamás con lo más preciado que nos regalaron en este mundo: la vida.
Y a pesar de tener ese pensamiento, cuando sufres una pérdida es inevitable no entrar en estado de tristeza. Una tristeza que puede variar en su manera de expresión, de recepción y de aceptación, pero una tristeza que siempre sufrimos en el mismo lugar de nuestros cuerpos: el corazón.
En mi caso ya han pasado seis meses. Seis meses después de un miércoles raro e intenso para mí. Seis meses con un hueco vacío, recordando algo (a alguien). Seis meses desde esa primera experiencia que nunca quieres tener, pero que desgraciadamente siempre tiene que llegar. Seis meses mirando hacia delante. Seis meses desde que nos dejaste en esta tierra de mortales injusta y desagradable. Ya hace seis meses...
En un frío día de invierno, a setenta y dos horas de mi décimo octavo cumpleaños, nace esta historia. MI HISTORIA:

Abla (Almería); miércoles, 25 de febrero de 2009.

06:30 h. En mi móvil (una hora antes de lo normal) comienza a sonar una relajante melodía: el despertador me llama. En adelante, me esperaba mi último día de clase con 17 años: examen de historia (de ahí mi madrugón), una serie de actividades en honor al día de la comunidad andaluza, una tarde de fútbol can los amigos, un "acueducto" impresionante de cinco días, mi cumpleaños,...
¿Qué podía salir mal un miércoles como ése?
Sin yo poder imaginarlo, muy cerca de mí, una luz terminaba de brillar, apagándose poco a poco...

06:45 h. Subiendo las escaleras, camino del cuarto de baño para despejarme y comenzar con mi repaso de historia, me encuentro a mi madre casi al final de éstas.
-¿Pero qué hace despierta tan temprano? No es normal... -pensé para mí. La misma pregunta me dirigió ella en un tono un poco alterado, lo que también me extrañó. Pero bueno, a esas horas no estaba muy por la labor de darle al coco, así que seguí a lo mío.

07:00 h. Sobre la mesa del mini-comedor de casa se encontraba mi desayuno matutino: un considerable tazón de leche ardiendo con dos cucharadas de Nesquik y un paquete de galletas María. A su lado, los apuntes de la II República. Tenía poco más de una hora para repasar lo que me ayudaría a superar mi segundo examen de historia e intentar remontar aquel 5,5 del primero.

08:05 h. Mochila a cuestas, bajo más escaleras y entro al bar.
-¡Buenas! -Saludé como cada mañana, mientras cruzaba la alta pero estrecha puerta que daba acceso a la zona de camareros.
-¡Buenos días! -respondió mi padre, que se encontraba en su tempranero puesto de trabajo. Detrás de la barra se encontraban algunos clientes tomando su café de por la mañana, unos cuantos periódicos esturreados y la televisión contando las primeras noticias del día. Yo cogí la monedita y me despedí. Lo de siempre, vamos. Y salí camino al bus.

08:25 h. Llego al instituto. Allí, preparados litros y litros de batidos, kilos de tomate, jamón y pan para el desayuno andaluz, los músicos ultimando el himno, los más pequeños totalmente locos, corriendo por todos lados. Eso sólo podía significar una cosa: día de Andalucía a la vista.

08:30 h. Primera clase: matemáticas. Paco nos estuvo hablando de números, símbolos, fórmulas,... Como siempre, una clase entretenida e interesante. Y aunque sea una de las materias con peor fama en bachillerato, yo, vuelvo a insistir: ¡matemáticas ha sido la leche!

09:30 h. Segunda clase: dibujo técnico. Guillermo nos 'obsequió' con un rato de sistema
diédrico para 'alegrarnos' el cuerpo. Como venía siendo normal, salí con cara de póker: aquello y yo no nos llevábamos bien.

10:30 h. Tercera clase: física. Estuvimos dos en el aula más el profesor, así que aprovechamos para repasar historia y hablar un poco.
Mientras, a 8 kilómetros de distancia, aquella luz daba sus últimos rayos. En cuestión de minutos se apagaría... para siempre.

11:30 h. Llega la hora del himno, los bocatas y la cuenta atrás para el examen. La puerta principal del I.E.S. Sierra Nevada está abarrotada de alumnos, profesores, padres y madres. Unos disfrutan con la izada de las banderas, otros muestran actitud pasota, otros están sumidos en nervios, otros ya se han ido...

12:00 h. (A una hora del examen). Comienzan las actividades. Me dirijo a consejería, abriéndome paso a codazos entre la muchedumbre, en busca de las llaves del gimnasio para proseguir con el torneo de ping-pong. Mi objetivo era jugar rápido para continuar repasando el examen; los nervios me estaban haciendo olvidar cosas. Así que cogí la raqueta acelerado y así me fue: el pequeño me destrozó por 11 puntos a 7.

12:34 h. (A veintiséis minutos del examen). Estaba en clase repasando cuando recibo una llamada de mi hermano:
-Nene, ¿has hecho ya el examen? -Me preguntó de sopetón, evadiendo cualquier saludo típico en él.
-Eh... No... Aún no, ¿por qué? Es a la una... -respondí un poco extrañado por esa llamada tan directa- ¿Quieres algo?
-No, no... ¡Me he equivocado! -Su respuesta terminó de desencajarme. De alguna manera u otra, no me sonaron creíbles aquellas palabras. Terminamos de hablar y volví al aula.

12:50 h. (Un suspiro para el examen). Alfonso estaba al caer; en cualquier momento cruzaría esa puerta cargado de exámenes. Comencé a sentirme un poco mal, estaba ardiendo y hecho un manojo de nervios, así que bajé al baño a refrescarme. Cuando salía, vi que Alfonso ya iba para arriba. "Vamos allá".

13:00 h. (Examen sobre la mesa). Todos sentados y dispuestos a hacer frente a tres cosas: Constitución de 1931, reformas agrarias y laborales y un comentario en el que, o hablabas del Frente Popular, o por tu bien atina con las otras dos. Teníamos hora y media.
Durante la prueba, me liberé un poco de nervios mientras respondía con confianza las preguntas: la constitución era asequible, las reformas jugosas y el comentario perfecto para bordarlo. Si los nervios no traicionaban mi cuerpo frágil, todo iría bien.

14:20 h. (Acabé el examen) cogí mis cosas y me dirigí a coger el autobús. Iba algo contento, ya que creía que había ido bien (y así fue: saqué un 8,5). Pero en aquel momento no quise ni especular, ya sólo me importaba aquel mega-puente que empezaba. Un mega-puente que se hundiría conmigo al pisarlo.

Y es que toda la felicidad que yo podía contener se transformó en humo al pisar el edificio principal del instituto. Al final de pasillo, entre un montón de niños y algunos profesores pude distinguir perfectamente la figura de mi hermano. Un muchacho de 26 años que solía realizar sus obligaciones laborales esos días y a esas horas, o lo que es lo mismo, que tenía que estar trabajando, ¿qué estaba haciel1do allí? Se lo pregunté.
-¡¿Pero qué haces tú aquí?! - en mi cabeza nacieron infinidad de historias que pudieran desviarme momentáneamente de la realidad: una charla sobre alimentación saludable, vacaciones anticipadas por fiestas regionales, le había tocado el Euromillones y venía a regalarme un coche híbrido,... (Casi) cualquier razón me valía para comprender su presencia aquel día. Pero nada más lejos de la realidad, él tenía otro motivo bien distinto para aparecer por allí.
-Nene, ¿cómo te ha salido el examen? - preguntó con la intención de evadir un poco esa situación en la que nos encontrábamos.
-Pues bien, supongo, yo que sé... ¿Qué haces aquí? - volví a insistir.
-¿Aún no lo sabes?
-David... Papajuán... ha muerto.

Mi reacción al conocer la muerte de mi abuelo materno fue de sorpresa, no me lo creía, o no me lo quería creer, quizá las dos. Me senté un poco para intentar asumirlo, cabizbajo y triste. Algunas personas se dirigieron a mí, pero ni siquiera recuerdo sus palabras. Estaba bloqueado.

14:45 h. Llegamos a casa mi padre, mi hermano y yo. Estaba totalmente vacía, como pocas veces lo había estado. Ellos comieron algo, pero a mí no me entraba ni un bocado.

15:00 h. Fuimos al velatorio. Era mi primera visita a ese lugar tan triste y desolador, y sería la primera vez que mis ojos contemplarían un cuerpo inerte, apagado, como dormido... sin vida. Desgraciadamente, no será la última. Como persona humana, sé y comprendo el curso de la naturaleza, pero no quiero ni pensar cual será esa fecha tan inesperada de regresar a ese lugar. Pero... hay que seguir adelante.

Allí había bastantes familiares y amigos. La pena se podía palpar en el ambiente.
Abracé a mi madre que, como siempre, quería hacerme ver que ella estaba bien y era yo quien podía estar mal (ella siempre está ahí). Pero no mamá, aquel día no. Ese miércoles quien necesitaba a los demás eras tú (a los que siempre nos tendrás).
Después fui a ver a mi abuela, quien estaba en la otra parte del recinto. Me dirigí cabizbajo porque en cuanto alzase la mirada podría ver el cuerpo de mi abuelo tras el cristal. Yo no sabía cómo iba a reaccionar: podría arrancar a llorar, desvanecerme de la impresión, gritar... Pero nada, apenas tuve reacción; seguía bloqueado. Las palabras que mi abuela me susurró cuando me incliné a besarla no serán fáciles de olvidar:
-Hijo mío, ya no te llamará más... Nunca más.

15:45 h. Salí del lugar, ese ambiente me hacía sentir mal. Durante toda la tarde, permanecí sentado en las escaleras laterales mirando el paisaje, sin pensar demasiado y escuchando a la gente llegar. A veces me acompañaba mi hermano, a veces estaba solo y a veces en grupo. Pero siempre ausente.

18:00 h. No tenía muchas ganas de nada, pero mi cuerpo llevaba horas sin probar bocado, así que nos acercamos mi padre y yo a un bar cercano a comer algo. A la vuelta, volví a entrar al velatorio para sentarme en una esquinita.

20:30 h. Mi hermano también quiso despejarse tomando algo, así que volví al bar con él. Al rato, comencé a sentirme cansado: llevaba catorce horas despierto, y prácticamente todas sentado, así que pedí a mi hermano que me acompañara a casa.

21:45 h. Una vez allí, me tumbé en el sofá a descansar. De camino venía mi hermana, que llegó prácticamente cuando mi hermano salía. Me preguntó que si iba a bajar otra vez, pero mi cuerpo no aguantaría más aquello. Me quedé dormido en el sofá.

23:00 h. Volvieron mis hermanos y todos nos fuimos a la cama, a intentar dormir.
“Mañana será otro día".
Abla (Almería); jueves, 26 de febrero de 2009

Segundo día. A lo largo de la mañana, fuimos amaneciendo todos los que en esa noche dormimos, por primera vez, lejos de él. En pocas horas (a las cuatro), se procedería a darle el último adiós.

12:00 h. (Cuatro horas para la misa). Todos estábamos listos para volver al tanatorio. Allí seguían mis padres, mi abuela y algunos tíos y tías, que habían estado durante toda la noche al lado de él.
Pasamos la mañana allí, ultimando los detalles de la misa: lecturas, estandartes, flores,... y una hora antes de la ceremonia, volvimos a casa.

15:35 h. (A veinticinco minutos de la misa). Mis hermanos y yo nos dirigimos a la iglesia para cada uno tomar su lugar en la ceremonia. El final se acercaba.

16:00 h. (Comenzaba la misa). A pesar del frío, la hora y la fecha, la puerta de la Iglesia de Abla estaba a rebosar. Sus más allegados se dirigían al interior entre lágrimas, mientras algunos hijos y nietos trasladaban el féretro. Por delante y con paso lento y triste, desfilaban dos coronas de flores, un ramo, los cuatro estandartes y, por último, la bandera (que recayó en mis manos). En el interior, no cabía un alma.
Él siempre le decía a mi padre que no quería un entierro de tercera, que quería uno de primera. Y así fue. Abuelo, deseo cumplido.
La misa se desarrolló con normalidad. Durante las lecturas, las lágrimas eran visibles, pero no llevaron a la interrupción. Y para mí, aún quedaba lo peor...

16:45 h. (Momento del pésame). Al lado del féretro se colocaron dos de mis tíos y mi padre. En frente, en sus asientos, estaban mi madre y mi abuela, entre otros. Yo me encontraba en la segunda fila, viendo como justo delante la gente pasaba y pasaba mostrando sus condolencias a la familia.
Mi bloqueo ya estaba a punto de desaparecer. Y ese momento llegó cuando una de esas personas se abrazó efusivamente con mi madre. Se sumieron en lágrimas de dolor, al igual que yo: mi cuerpo pasó de un estado frío y apartado a uno más sensible y desconsolado: rompí a llorar.
Todo lo que no había llorado en mi vida, lo lloré en esos minutos. Mis ojos se volvieron como dos charcos de agua sucia en tono rojizo, y no quise que la gente se percatara de ello, así que me puse las gafas de sol tan rápido como reaccioné, pero mi madre ya estaba abrazada a mí.

-No llores... Tranquilo. - me susurró intentando consolarme. Pero yo no podía parar.
Bajo el tinte negro de aquellas gafas, se encontraban los llantos de un joven que nunca más volvería a ver a su abuelo. ¡Jamás!

17:00 h. Una vez que ya se me había pasado el ataque de lágrimas, nos dirigimos al cementerio para darle eterna sepultura. El número de personas había disminuido, pero el ambiente seguía igual que al principio. Los operarios se encargaban de introducir cuidadosamente el ataúd en el nicho, mientras los mortales derramábamos las últimas lágrimas. Poco a poco, el agujero se iba cerrando... para no abrirse más.

Ésa fue la última fase, el adiós definitivo, el final de NUESTRA HISTORIA.
Al darnos la vuelta, comenzamos una nueva vida, dejando atrás un cuerpo que jamás volvería a relucir, pero un alma que siempre está con nosotros.
Hoy, seis meses después, la vida sigue, pero no igual.  Aun así, siempre nos quedarán los mejores momentos. Siempre nos quedará... el recuerdo de la felicidad.

Fin

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