domingo, 13 de febrero de 2011

PUBLICACIÓN SEMANAL - RELATO 1 - II CONCURSO DE RELATOS AL-WADI 2009: "Diario de un Viaje Solitario"



Diario de un viaje solitario


Seudónimo: Cristóbal Colón

     Sin ilusión ni convicción me tomo las vacaciones que añoro durante todo el año. Salgo de guardia. He estado toda la noche sin dormir. La mañana aparece desperezándose tras la montaña. Dos nubes alargadas, en forma de espada, rojizas, como dos trozos de carbón de infierno, traspasan al sol de parte a parte, dando la sensación de tenerlo herido y que fuera a caer de un momento a otro. Y, amistosos, los montes del horizonte levantaban sus abruptos brazos graníticos al incierto cielo, que sube y baja como olas de humo, esperando a que el dorado sol ascienda a las alturas, flotando entre la calina, rodando por la trasera de los montes y se pierda en la bóveda del cielo.

     Ni miro niveles ni compruebo frenos, como siempre, y como un autómata me siento al volante. El coche y yo formamos una especial simbiosis, y a estas horas breves de la mañana, aun frescas, mi alma es una silva salitrosa de pensamientos que se abren paso a empellones y sin educación ni cortesía alguna. Ahora me viene un recuerdo fugaz, que no llega a emerger a la superficie de la memoria, y se esconde de nuevo en las opacas aguas del olvido, sin identificarse. Bostezo, y no sé por qué, estando solo, me llevo la mano a la boca, que se tensa, como queriéndose partir en dos cotiledones. Los treinta días de vacaciones, ni me alegran ni me entristecen. Con tantas horas de vigilia, los reflejos los noto lentos, turbulentos, perezosos, rebeldes a mis órdenes. Los bostezos me vienen encadenados. Siento como si los pensamientos se balanceasen del sueño a la vigilia y de la vigilia al sueño. Los ojos me parpadean y a veces se me cierran unos instantes. Lucho para separados. De cuando en cuando hablo en voz alta, hasta grito, para despertarme en esos balances del sueño y la vigilia. ¡Qué ridículo oírme pegar voces, como regañándome!; pero es que no me puedo permitir el lujo de dormirme en el volante.

     Al ir y venir mi conciencia, parece como si fuera y viniera de la muerte, porque el sueño es entrenamiento para la muerte, y lucho contra esa muerte dándole gritos a la vida, y al gritar no consigo sino asustar a la tránsfuga vida.

     Es una peste hoy la carretera. Me siento extranjero entre tantos moros y portugueses. Ya ves, ocupan toda la carretera, como un hilo que se pierde serpenteando con sus lucecitas rojas. Y todos los años me ocurre igual. Vienen todos dormidos. Está llena la carretera y el arcén. Parece como si hubiera dos filas, la que se mueve algo, en la calzada, y la que está quieta, en el arcén. No sé para qué coños le ponen bidones si éstos tiran la mierda por el suelo.

(A la derecha de la carretera, en un descanso, una mora se dispone a orinar detrás de unos arbustos).

     ¡Hala, mira aquella, ahí levanta las sayas y ni se inmuta!¡Vaya humareda que levanta! Será el vapor grasiento de su cuerpo al chocar con el fresco relente de la mañana. ¡Y mira el moro cómo la mira de reojo desde el coche! Sólo le falta levantar el labio superior, como los rumiantes, al picante olor del amoniaco del orín de la hembra. (Se incorpora la mora). ¡Mira, mira, y se levanta sin más! ¡Hay que joderse! por los gestos que hace no lleva bragas, ahueca el vestido, y hale. Seguro que tiene enjambres de moscas, de esas verdiazuladas, de esas que andan en la mierda. (Al lado de la mora, junto al coche, un niño sucio hace pis de pie). ¡Anda, que ése también... haciendo malabares con la meada! ¡Ag, tiene que entrenarse más para hacer el ocho con el chorrito!¡Míralo, y se empina como queriéndose colgar por el pellejo.

     ¡Vaya, parece que lleva un rato que corre la caravana! (Uno intenta adelantar a la fila interminable). ¡Dónde irá ése!, !no ves que no puedes! Ahora no tenían que dejarte entrar, por listo. Se pone a adelantar uno y detrás adelanta toda la recua, ¡no te digo!.

     Seguro que ese bidón está vacío, y mira la basura que hay a su alrededor.

     ¡Qué comerán que dejan tanto desecho!. (La guardia civil aparece en lo alto de la loma), ¡Los picos!. No sé qué pintan hoy aquí. (Suena una sirena), Parece de una ambulancia. Pues lo tiene claro para pasar. Seguro que alguno de éstos se ha dejado los sesos salpicados en la rama de algún árbol, ¡pobres árboles de la carretera!

     ¡Ay, qué manera de abrírseme la boca,,,! Esto de no dormir por la noche te deja hecho polvo. Siento como si el alma se me escapara del cuerpo. ¡Qué fastidio el cuerpo! Se me cierran los ojos a velocidades de cortinillas de objetivo de cámara fotográfica. Voy a tener que parar en la primera explanada que encuentre, si no, me salto los sesos.

     (En la rasante se divisan dos personas que hacen autoestop), ¿Qué es aquello... dos tías? Seguro que están los tíos escondidos detrás de las matas, y aunque no, qué vaya hacer yo con dos tías…" ¡na!, y con una tampoco, ¡si voy dormido, coño! (Al llegar cerca). ¡Pues están buenas! A lo mejor me distraigo con ellas y se me hace más corto el camino, ¡Bah, no las cojo! Nunca he cogido a nadie y no voy ahora a romper la costumbre, (Mirando hacia el parabrisas), ¡Pestes de mosquitos, mira que ponen el cristal! ¡No tendrán otro sito donde suicidarse…! (Rebasa a las chicas, que quedan señalando con el pulgar). ¡Hasta luego, amigas! Ya os cogerá otro. Me jode que intenten valerse de la carne para obtener beneficios. Que cojan el tren. ¡EI sexo...!, con lo poco que vale y cómo lo explotan las condenadas. Sale un anuncio de una moto y ponen a una tía por medio, ¡qué tendrá que ver la velocidad con el tocino…! El deseo es la mayor fuente de imperfección del hombre, y ellas se valen de eso, de ese deseo irresistible del hombre. Pero si el hombre pudiera borrar su deseo, extirparlo, abolirlo, ni existiría la prostitución ni todo ese comercio encubierto de los anuncios televisivos. Pero el hombre es como un torrente de agua que corre por un acantilado, y sus blandos pseudópodos son incapaces de frenar el líquido, y, al final, el agua llega hasta donde le lleva el cauce. ¡Otro gallo nos cantara si dominásemos el deseo! ¡A la mierda el estoicismo! Es muy distinta la teoría de la práctica. A Sócrates me hubiera gustado verlo ante una provocación después de una semana de abstinencia. Cuando se calienta la pólvora, explota, aunque sea en el agua. Claro, las tías tienen ventaja, tienen la pólvora muy fría, y en ese estado ni sienten ni padecen. Sólo sufren cuando se les calienta la pólvora, pero es que nosotros llevamos siempre la mecha encendida, y así, claro, es un peligro. A ellas quisiera verlas con un reguero de pólvora encendida, a ver cómo la apagaban; gritarían pidiendo agua si te ibas dejándolas ardiendo. ¡Qué suerte tienen. (Una mirada al cuadro de instrumentos).

     Tengo que parar en la primera gasolinera, que vaya cero. La temperatura va correcta, puedo seguir pisando. El aceite aun aguanta, lo cambiaré al final de las vacaciones, a las vísperas de venirme.

(Un lento camión ralentiza la carretera).

     ¡Qué coñazo ese camión! Me gustada tener alas estos días de tanto tráfico;volaría por encima de la morería. ¡Oh, qué alivio! Los coches del futuro volarán con sólo apretarle un botón; serán como ovnis silenciosos. ¡Qué gozada vivir dentro de un siglo... !, porque estoy seguro que dentro de un siglo, la humanidad será como ese mundo feliz del que nos habla Huxley. El hombre habrá superado el deseo, habrá conseguido controlarlo y no será ni siquiera necesario utilizar el sexo, ese castigo de la humanidad, para perpetuar la especie. El hombre nacerá en un laboratorio y hasta se podrá detener el envejecimiento, modificar los genes, alterar el número de cromosomas... va a ser la leche. ¿Y el alma?, si se genera el cuerpo en el laboratorio, ¿de dónde coños vendrá? Habrá que apoyarse en nuevas teorías. Posiblemente no sirva ninguna de las de hoy. ¡El alma, el alma!, ¿de dónde vendrá el alma?, ¿a dónde irá? Me intriga ese misterio. ¡Cuánto daría por bucear en los sueños, por saber si durante el sueño el alma abandona al cuerpo y luego regresa a la vigilia, o si se queda, animándolo, y es la conciencia la que se va y vuelve al despertar trayéndose los sueños. ¿Y los sueños?, ¿qué son los sueños? ¿Son flases de película de nuestra vida, o es que el pensamiento juega mientras duerme el cuerpo? ¡Yo qué sé! Y si el alma se va en la muerte y sigue viviendo, como en los sueños, abandonando el cuerpo en la tierra, ¿cómo se yo si estoy vivo o muerto, si estoy viviendo o soñando?, ¿pues no son reales los objetos en los sueños? Me gustaría saber si estoy vivo o muerto ahora. Si tras la muerte el alma continúa viviendo como en los sueños, ¿qué miedo puede dar la muerte? Y si tras ella hay silencio, ¿a qué temer? Y si el alma es la vida en sí y sigue viviendo después de la muerte del cuerpo, no entiendo para qué sirve el cuerpo -origen de tantos deseos e imperfecciones.

      Hay que pensar en otra cosa, porque se me ponen los pelos de punta. ¡Otra vez caravana!, ¡nooo!, con lo bien que iba dándole ahora. Seguro que la llevo ya hasta Valladolid. Y todo por culpa de los moros y los portugueses. Habrá que hacerles una vía especial por el aire para ellos, o, mejor dicho, por debajo tierra, en un túnel hasta el Estrecho, y que fuesen cayendo todos al mar, a ver si se lavaban, que huelen a abubillas.

     Bueno, y qué haré estas vacaciones. A ver como se dan. Por lo menos que haga buen tiempo.

     No, si al final tendré que pararme del todo y apagar el motor, como el año pasado, porque cada vez se pone esto más espeso. (Un accidente). Mira por qué era el atasco, ¡una leche! ¡Joder cómo quedó el 127! ¡A9, una sábana blanca, malo! Algún fiambre. ¡Vaya sangronero! Matrícula francesa, algún portugués. Pero bueno, si la vida es un castigo para el alma, una cárcel, y morir es liberarse... ¿Te imaginas que el alma liberada por la muerte pudiese gritar y comunicarse con las encarceladas en los cuerpos todavía, y decide que la muerte era una liberación? ¡Sería la leche! Se acababa el mundo en un instante. Todos se suicidarían en una locura colectiva de alegría. ¿Y por qué no puede ser así el fin del mundo? Se ha dicho que vendrán los novísimos anunciándolo, quizás sea una de esas almas rebeladas contra el silencio, que anuncie la buena nueva, la puerta de salida del abismo, y el fin del mundo, tan misterioso y temido, sea ese estadio de alegría, el abandono de la vida. Y, quizá la muerte, tan temida tan bien, tal vez porque no se conoce, porque nadie ha tenido la experiencia de la muerte -porque sólo ocurre una vez, y cuando ésta llega la vida ya no está- sea el fin del mundo de cada uno, y se vaya dando saltos de alegría, y la agonía misteriosa de la muerte se convierta en estruendo de alegría.

(Hay un animal muerto en la carretera).

     ¡Pobre gato!, ha quedado planchado en el asfalto. Tan ligeros que son y, sin embargo, se dejan los sesos en la carretera. En las inmediaciones de los pueblos está plagado de pieles empotradas en el asfalto. Los coches son su enemigo número uno. Sí, mirándolo bien, los coches son los más terribles depredadores: matan a los que llevan dentro, a los que atropellan, a perros, gatos, conejos, lechuzas y a miles de insectos que se estrellan contra su frontal. Son unos grandes benefactores, unos grandes liberadores de vida.

     ¡Qué aburrido es hacer un viaje tan largo sin tener algo que te entretenga! A ver si le pongo la radio de una jodía vez; todos los días estoy que hoy que mañana.

     Si me lo vuelven a levantar, qué le vamos a hacer. Sin la radio o el casete, escuchando música u oyendo las mentiras de los noticieros, se viene mal, se hace el camino más largo que el coño. ¡Si al menos estuviera enamorado...! Pero soy un eterno romántico al que la idea le dista cada vez más de la realidad. A esa mujer, en la que pienso -y con la que a veces sueño y encuentro en las galerías del alma – no hallo en la realidad, y, si la encontrara, lo que a veces sucede a los románticos, sería peor, porque es tan difícil que a su vez de ella fueses tú su recíproco ideal que, tal vez, el encontrarla fuese un castigo y sufrimiento, porque la amarías con locura hasta los huesos, y cosecharías de ella, sino desprecios, silencio, que es el peor desprecio. Ahí tienes el ejemplo vivo de Larra, enamorado de la amante de su padre, enamorado de Dolores Armijo hasta el corazón, y ella, sin embargo, enamorada de su padre, don Mariano de Larra Langelot. Terceto encadenado, amores que se persiguen mordiéndose la cola y nunca se encuentran, amores que llevaron a José de Larra a la desesperación y al pistoletazo. Por eso es mejor no correr el riesgo de encontrar ese amor que buscas, porque siendo tan difícil que a su vez seas tú el amor por ella buscado...

     ¡Ag!, este paso de Tordesillas te tiene mandangas. Ya podían hacer de una vez un paso elevado.

     Bueno, en poco más de una hora, en casa.

(A la entrada de Tordesillas camina por la orilla de la carretera una gitana con un peso en la cabeza).

     A esa gitana, ¿no se le partirá el cuello? Yo en la cabeza no aguanto ni dos kilos. Y el gitano detrás, tan pancho, que parece que llevase la columna almidonada. ¡Vaya huevazos!

     Cuando compre otro coche será con aire acondicionado. Si cierras las ventanillas te asas, y si las abres mete un ruido el aire que parece esto un avión. (Una pareja cruza abrazados, sin convicción) ¡Mira esos dos tórtolos!, paseando y cogiditos de la cintura. Él va mirando para Babilonia y ella para Cuenca. Seguro que él va pensando en otra y ella... ¡vete tú a saber en lo que va pensando! iBah, apariencias!, puro convencionalismo. Esta sociedad inventada es una ficción, pura porquería. Razón tenía Unamuno: "esta sociedad falsa que no consuela más que a los tontos. Quién coños tendrá el interés de mantener esta sociedad así, contra natura, a contrapelo de realidades. Está claro, es incuestionable que los hombres son polígamos por naturaleza, y todo lo que nos esforcemos en hacerlo de otro modo será contra natura. El matrimonio es una sociedad forzada, de ahí que luchen las partes cohesionadas y a veces se rompan en mil pedazos. Otras veces, si no se rompen es por convenio, aunque sea tácito. Lo que pasa es que es muy duro reconocer que no somos así, pero es fácilmente demostrable. El hombre, está claro que genéticamente es grupal, polígamo y social, y esto se demuestra así: en el mundo biológico hay animales que son monógamos, como la mayoría de los pájaros, y estos no rompen la sociedad conyugal porque cada parte tiene encomendada una función genéticamente, y viven formando una pareja perfecta. En estos animales no se rompe la pareja si no es por muerte o incapacidad de alguno de los miembros. En el caso de incapacidad también se renueva la pareja, y esto lo hacen por perfección de la naturaleza, porque la naturaleza es perfeccionista, por selección natural, que diría Darwin, pues una hembra buscará a otro macho cuando éste fuese incapaz de asegurarle una prole fuerte y robusta o no le proporcionara protección eficaz; pero en los casos que estos extremos se cumpliesen nunca habría ruptura conyugal. Sin embargo, entre el hombre y la mujer se rompe por múltiples cosas, y esto ocurre porque el hombre y la mujer no son genéticamente monógamos, y no son genéticamente monógamos, porque, si lo fueran, el hombre no desearía a más hembras que a su pareja. Y si miramos a sus parientes más próximos, a los simios, que no tienen cultura y viven con la espontaneidad que les proporciona la genética, veremos que no viven emparejados, sino en grupos. Y si nos aproximamos aun más, y nos vamos hasta las tribus, no ya de monos, sino de hombres salvajes que viven espontáneamente, sin más compromisos sociales que los genéticos, vemos que viven también como los monos, en grupos de machos y hembras. El matrimonio es una ficción social que va a contrapelo de la genética, y no sé por qué razón lo creó el hombre y lo sigue sosteniendo. Sin embargo, a parte del tilde religioso que pueda tener, existe la dicotomía del alma, excluida de la genética, que alberga el amor y el egoísmo, que se confunden siempre, porque amor y egoísmo es una misma cosa, y en dos almas enamoradas recíprocamente se cierran las puertas al resto del grupo. Vistas así las cosas, parece obvio resolver a favor de la monogamia y la pareja para aquellas almas enamoradas, y dejar en grupo al resto de los mortales. Hay que decir también que sí existe el amor, porque, si no existe, para qué hablar de almas enamoradas. El amor existe, en potencia o de manera latente, en cada persona, y sólo se manifiesta externamente cuando aparece fuera de él, hecho realidad, el ideal que lleva dentro. En ese instante es cuando se enamora. Pero sólo en el caso de que la otra parte vea en él a su vez el ideal que lleva dentro, surgirá el que ambos se enamoren de verdad. Si nos paramos a pensar y ana1 izamos lo difícil que resulta el encontrar ese ideal hecho realidad, agreguémosle luego el que a su vez se cumpla la ecuación a la inversa, para que nos demos una idea de cuán difícil es enamorarse dos personas cumpliendo los requisitos previstos anteriormente para excluirlos del grupo. Cuando uno de ambos encuentra ese ideal pero no se cumple a la inversa, surgen las flechas mortales del amor, el dolor incontenible de la impotencia que a veces lleva al suicidio. El amar y no ser amado es el mayor tormento. Y en esto siempre recuerdo a aquella gran poetisa mexicana, neoplatónica y petrarquista, la que jugaba con las palabras como nadie, que decía:

                    Felicia me adora y la aborrezco;

                    Lisardo me aborrece y yo lo adoro.

                    Por quien no me apetece ingrato, lloro,

                    y al que me llora tierno, no apetezco.

                    A quien más me desdora, el alma ofrezco;

                   a quien m e ofrece víctimas, desdoro;

                   desprecio a quien enriquece mi decoro;

                   y al que me hace desprecios, enriquezco;

                   si con mi ofensa al uno reconvengo

                   me reconviene el otro a mí ofendido;

                   y al parecer de todos modos vengo,

                   pues ambos atormentan mí sentido;

                   aqueste, con pedir lo que no tengo;

                   y aquél, con no tener lo que le pido.

     ¡Ay que ver lo que dice una monja!, se le ponen a uno los pelos de punta leyendo estos versos. ¿Y por qué sabrán tanto del amor las monjas...? ¿Será por eso de que antes que fraile ...?

(Después de pasar Tordesillas).

     ¡Qué alivio!, aquí ya no hay moros ni portugueses.

     ¡Joder, qué calor hace, y qué seco está todo!. La Castilla desértica de Machado, la de los pardos encinares, la de los caciques y truhanes, la de los pastores del color de los caminos... La Castilla mía, la Castilla de Delibes, que agoniza y que se muere.

(Cerca de Toro una gitanilla echa los vestidos al vuelo y se agacha junto a una charca).

     ¡Mira esa gitanilla! parece una codorniz poniendo tras los juncos. Sus ojillos negros se clavan en las cristalinas aguas con respeto; siempre ha existido respeto mutuo entre los gitanos y el agua. Ésta por no ensuciarse, aquella por no mojarse. La temperatura sube, lentamente. El sol se posa con toda su fuerza en la chapa del coche. No hay nubes, ni calina. Todo es transparente como la verdad desnuda. La atmósfera es tan diáfana que parece que no hay nada entre las cosas y yo. Está tan limpia que hasta se ve el viento cuando pasa.

(Llegando a mi pueblo).

     Ya queda poco. Ya se ve mi pueblo. Allí aparece, emergiendo en la loma, majestuosa, la vieja torre de espadaña, coronada con su herrumbrosa veleta sinvergüenza, que señala siempre al viento, por donde nace; y a un lado, sin cohesión, deshilachado, el tosco nido de la cigüeña. Y en las ojeras, las campanas, con el verdín del tiempo y con la voz antigua del pueblo, que hablan, cantan y lloran. Y calle abajo, hacia el molino, se ve a la tía Sofronia, renqueante, y golpeando con el tuerto bastón de escoba en el barro endurecido por el sol. Y al pasar por la calle, que va al molino, veo de relance asomar a los portones las cabezas de los pardos habitantes que, como ratones grises de monte, olisquean el aire, que a mi paso queda oliendo a gasolina.

     -Ae, ¿quién es?

     -Parece el de la Ruperta, el secreta ...

     Aparcaré aquí, junto al parral. ¡Mira el perro, me viene a saludar!, aun se acuerda del olor del coche. ¡Y mira, mira los gatos!, más huraños, pero vienen ronroneando. ¿Y aquello que salta zarandeando la madeja de lana? ¿Gatos? ¡Uy, qué guarras!, han parido las dos. Se me acerca Micifús, que es la mayor, me mira con sus ojitos verdes y echa los bigotes hacia atrás, como sonriendo; olisquea al viento, levantando la cabeza, se acerca a mí y, recostándose sobre mi pierna, frota el lomo sobre ella. No puedo negarle una caricia, le paso la mano por el lomo, y tensa el cuello, los pelos chasquean y sueltan chispas, y, al final, levanta el rabo, casi vertical; pienso que lo haría para avisarme del final del gato.

     Bajo el parral huele a tierra mojada, huele a semilla germinada, huele a mí mismo y dudo de nuevo si estoy vivo o muerto, pero toco el áspero tronco del parral, rajado por los arañazos de los gatos al afilar sus uñas sobre él cada mañana, y me vienen en avalancha a la memoria los recuerdos de la infancia, y compruebo que estoy en mi pueblo, vivo o muerto, pero estoy.

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